La foto que guardo en mi despacho, estoy al fondo, con más pelo... |
Tengo la suerte de haber estado en los inicios de cuatro periódicos, Diario de Jerez, El Periódico del Guadalete, ABC de Córdoba y ahora, desde hace pocos meses, EMPRESAS, periódico andaluz de economía, y de una emisora, Radio Arenal (entonces de la Rueda Rato, luego Onda Cero Jerez). Pero en el primero de ellos, en la casa de los Joly (recuerdo a don Federico en Cádiz, a Higinio, a Pérez Sauci) pasé los mejores años de mi vida profesional, aprendiendo esta bendita profesión al lado de los periodistas de siempre. Con humildad.
Y aunque un día pensé que no volvería a Jerez, ciudad cainita donde las haya, al final aquí estoy, feliz y orgulloso, porque mal que le pese a algún tóxico la hemeroteca, el archivo municipal, contiene crónicas, historias de mi pueblo que tuve el lujo de escribir. Nunca lo he hecho en público, pero agradezco todo lo que aprendí en esa redacción de Diario de Jerez. Tengo una foto de aquellos tiempos en mi despacho en la que aparecen compañeros como Paco Aguilar, Manolo Barea, Juan Pedro Simo, Tily Santiago, Jesús Vidal, Jaro, y otros que, con Manolo de la Peña al mando, fuimos cronistas de Jerez y sus playas.
Quisiera ser optimista pero en estos treinta años Jerez se ha empobrecido en todos los órdenes y no hemos logrado articular entre todos una hoja de ruta que nos sitúe en lo que yo llamo el mapa de la alegría. No veo feliz a mi gente, hay demasiadas asignaturas pendientes, mucho paro y tristeza contenida, sur y norte, bien arriba y jodidos más abajo.
Personalmente siempre abominé de esa corta y repetida galería de personajes (¿acaso una treintena?) que son noticia en los periódicos de pueblo. Porque, mucho presumir de quinta ciudad de Andalucía, pero Jerez es un gran pueblo. Claramente. Con algunas virtudes y todos los defectos. En mi etapa del diario apostamos por el orgullo de ciudad, con enorme sentido crítico y libertad, le pesara a quien le pesara, pagando peajes de libertad y aprendiendo.
La ciudad no ha sabido encontrar su camino en estos treinta años. Tengo amargas sensaciones y una rabia contenida, y por primera vez, muchas ganas de mojarme, de comprometerme en la acción cívica. Total, vista la clase política, la casta que nos ha gobernado (gracias Pablo Iglesias, por poner de moda ese concepto), no debería ser muy complicado superarles, bastaría aplicar las dosis correctas de talante, solidaridad, apertura y generosidad que se espera, pero sobre todo sentido común en el ejercicio del gobierno.
Somos torpes, unos más que otros, por ejemplo en no haber sabido aprovechar aún la fuerza industrial de la cultura, del flamenco, como uno de los motores económicos de la ciudad. Se nos van las mejores, amigos míos.
Veamos: somos caballos, jerez y flamenco, además de catedral del motor hasta que el talonario de la Junta se agote. ¿Y nada más? Las cifras del paro suben y nadie se para en seco para concretar –todos los partidos y fuerzas sociales- un sencillo pacto de mínimos para salir del hoyo.
Menos vendettas y más pensar en lo que necesitamos: empleo y actividad económica. Se me caen los palos del sombrajo cuando paseo por mi centro histórico, las ruinas de una ciudad que son divisables a ras de tierra. Y no me vengan con eso de la rehabilitación, un fracaso colosal desde 1985, salvo honrosas excepciones. No ha sido hasta hace poco cuando hemos comenzado a ver el resurgir de los tabancos (nada de tascas, por favor).
Qué gran serie habría hecho Mediaset en nuestra redacción de hace treinta años –joder, duele decirlo- en la que Benito, cuando sacaba su humor callejero, nos llamaba “juntaletras”. Es justo lo que nunca seré. Tuvimos amoríos, cabreos, noches interminables de copas y bocatas esperando la tinta fresca del periódico con el alba.
Hace treinta años los periodistas éramos tan necesarios como ahora, pero sin Twitter, almas incómodas para el poder, amigos de causas perdidas, expertos conocedores de garitos, románticos y somnolientos por la mañana, pero con agallas e ilusión por ser cronistas del pueblo. Hay que situar a Jerez en el mapa de alegría, y no cabe la mala gente, al infierno con ella.
(Os dejo una canción de mi 'almario' musical. No podía ser otra, es un himno de Jimi Hendrix)