15 oct 2005

Sociedad desesperada


Por Manuel Martín:

Estos días pasados hemos asistido al lamentable episodio del asalto de las fronteras de Ceuta y Melilla por grupos de inmigrantes africanos, que luchan hasta la extenuación por una oportunidad en el “primer mundo”, en el que tenemos la suerte de vivir.

Ante estos hechos, la mayoría de los ciudadanos asisten desconcertados ante tal muestra de desesperación por parte de nuestros vecinos del Sur, cuando ven que ponen en riesgo su vida –muchos perecen en el intento-, siendo expulsados por autoridades marroquíes, y volviéndolo a intentar una y otra vez, cruzando desiertos y fronteras a pie.

Sin embargo, en mi opinión, y por supuesto, salvando las distancias, creo que tal grado de desesperación se ha instalado igualmente en nuestra sociedad, en la que muchos, para “ganarse la vida”, ponen todo en juego, incluido su ética y dignidad, lo que no sólo va en su detrimento personal, sino del conjunto de la sociedad, de la que en muchos casos se aprovechan para alcanzar tal objeto.

Es el caso, de aquellos que se afilian a partidos políticos, con el único objeto de ganarse el pan, “chupando” todo lo que puedan, o el de funcionarios que se dejan seducir por contratistas. Y lo es también el de aquellos profesionales independientes, periodistas, por ejemplo, que trabajando para una empresa pública o privada, se someten a las directrices que les vienen impuestas desde arriba, aun a sabiendas de que van encaminadas a falsear la realidad con objeto de servir a unos intereses políticos o empresariales determinados. En este sentido, es curioso ver, como determinados periodistas, según el color político del gobierno, están en el “candelero” o no, como ha supuesto el “regreso” de muchos, tertulianos, o de presentadores de TVE que estaban en el ostracismo en las anteriores legislaturas.

Nos enfrentamos así a una degeneración progresiva de nuestra sociedad, en la que cada vez más, día a día, “el fin justifica los medios”, y el individuo está dispuesto a traicionar sus propias convicciones, y lo que es más grave, los de la sociedad a la que pertenece, para alcanzar sus objetivos personales, lo que sin duda, menoscaba la solidaridad entre nosotros y perjudica a nuestro Estado de derecho, en el que el individuo culto y preparado va cediendo terreno al “espabilado”.

Esperemos que pronto esta situación se reconduzca, y entre todos podamos lograr una regeneración moral de la sociedad, o en caso contrario, esto puede derivar a que a medio plazo, veamos como aquí también llegamos a legalizar la posesión de armas.