Es digna hija de su madre. Lola Flores no ha muerto porque su hija Lola (lo de Lolita ya no, aunque así aparece en los créditos) la revive todas las noches en el Teatro Alcázar de Madrid, como una de las estrellas innegables de "Ana en el trópico", obra del cubano Nilo Cruz, tan de moda estos días, en la que Lola desliza mensajes muy nítidos de su ser y saber estar. Es como si te fumaras un puro (los actores se lo pasan pipa con el habano) excelente cada noche.
La obra, cuya resolución visual es sorprendente, se basa en la figura del lector, Nilo Cruz cuenta la historia de una familia cubana que trabaja en Florida (Tampa), en el negocio de los puros habanos, en una fábrica llena de nostalgias de la isla caribeña. En aquella época (1929) existía la figura del lector, que leía y entretenía a los cigarreros que trabajaban. Uno de ellos lee a los obreros Ana Karenina, de Tolstoi. Las reacciones en cadena no se hacen esperar, amores imposibles, envidias, celos y miserias se mezclan dejando al público ensimismado en un silencio acaso cómplice.