Dedicado a ella
Hay gente, vive Dios, con vocación de perrito faldero. De niños/as ya apuntan maneras aquellos/as que tienen ese espíritu sensible. ¿De cuantas formas se adquiere esa condición? Tantas como hay en la vida para iniciar un camino sin retorno. A mi, perra, lo que se dice perra, perdón perrita, me gustaba la de Herta Frankel: la perrita Marilyn. Recuerdo que siempre decía lo que quería la austríaca, que nos encandiló mucho más que Gaby, Fofo, Miliki y Milikito, hoy en la prensa rosa hasta aburrir. A lo mio.
Aquella tierna perrita ha sobrevivido a su creadora y manipuladora y hoy, esta mañana, me ha venido a la mente el recuerdo de aquellos días felices, de la primera televisión General & Electric en blanco y negro que llegó a casa. O aquel televisor que, mucho antes, iba a ver con mi abuelo al viejo cuartel-bodega de la Cruz Roja. Perros falderos hay muchos, en todas las profesiones. Pero perra, lo que se dice perra, solo una: Marilyn. Juraría que la he visto, paseando por Cádiz, vestida de cuero negro impartiendo justicia a los perros falderos e invitándoles, como solo ella sabe hacerlo, a desatarse de sus ligaduras, dar un gran bocado en el culo a sus dueños (o en otro lugar, si lo pilla a tiempo) y hacerle un corte de mangas como el perro ese al que le tocó la bonoloto y se marchó con viento fresco. Perritos falderos, uníos y rebeláos. Marilyn lo hizo.