No voy a dedicarle mucho espacio al aniversario del cierre de Delphi, solo diré que nunca he sentido más vergüenza en mi vida, impotencia, rabia y desesperación a la hora de informar sobre un acontecimiento. Yo, al menos, estoy en paz con mi conciencia, con mi alma. Conté en libertad, en El Mundo, El Economista y en este blog, lo que estaba pasando. Otros no lo hicieron del todo por razones que ellos sabrán. Y no lo siento por ellos y ellas, que no han dudado en usar este conflicto de forma miserable. Pobres trabajadores...que encima ni siquiera son parados, porque les sacaron de las listas gracias a unos cursos de dudosa utilidad. Ha pasado un año, falta otro, y algunos meses más, para ver algo de luz empresarial en este túnel. No es fácil atraer a empresas, que los empleos sean apropiados para la formación que posee la mano de obra excendentaria de la multinacional de automoción, que se agilicen los trámites administrativos, el papeleo, las subvenciones y los incentivos fiscales. Nadie dijo que fuera fácil, en serio. Ni mucho menos.