Por favor, si sabéis de quien hablo, no decidlo, no mencionad su nombre. Yo no sé qué diablos le habré hecho al "innombrable", a ese hombre denostado por sus propios compañeros de partido español, los que le pusieron el mote porque dicen que solo mencionar su nombre trae ya muy mala suerte, que rayos y centellas de abaten sobre quien osa hablar de él. Ya en su etapa inicial cuando yo creía que era un caballero -y veo que me equivoqué- las sospechas se centraban en su supuesto papel de agente doble, porque dicen las lenguas de doble filo que, al parecer, contaba al secretos políticos de sus compañeros al partido rival. Y que alguna vez le contaron una trola que luego salió por otro sitio. Luego parece que un oscuro asunto acabó fulminantemente con su carrera política, en la que un día soñó con ser primera autoridad de una bella ciudad andaluza, cargada de historia. El innombrable anda sin rumbo claro (es raro, tratándose de él), y creándose enemigos innecesarios, pero ya es mayorcito para darse cuenta que para ser orgullo de España antes hay que tener las ideas claras, el corazón pausado y el bolsillo lleno de ilusiones, no trincar, no menospreciar al contrario y no creerse el ombligo del mundo. Y no andar por la vida tocando los cojones a quien nunca creyó tener razones para darle en los morros con su mote, de momento, porque no le tengo el más mínimo miedo a este menda y no le voy a pasar una, literariamente hablando claro. El innombrable es un gafe, si le ven crucen al otro lado de la calle. No le saluden, no le repliquen, ignórenlo absolutamente porque bastante tiene el pobrecito hablador. A tomar por saco muschacho. Y si quiere más, pues nada, daremos pistas severas para que vosotros mencionéis el nombre de ese hombre. Yo, de momento, ni de coña. Donde las dan las toman ¿no? Jó.