Olga, una profesora de Educación en un colegio público, me escribe para pedirme opinión sobre un artículo. Creo que lo mejor es publicarlo:
"Es increíble cómo hay personas cuya única preocupación puede centrarse en la apariencia de profesionales que diariamente demuestran su trabajo y esfuerzo sobre sus retoños.
Me maravilla saber que día a día tras las rejas de un centro educativo, los ojos críticos y los pensamientos en voz alta de cada responsable de la educación de las futuras generaciones, juzgan sin conocimiento alguno, el vestir y el estilo de los que posteriormente pasamos para enseñar a sus hijos unos valores de respeto y educación ante sus mayores responsables. Por supuesto que todo el mundo es libre de pensar si los tacones de la maestra son demasiado altos para dar la clase, o si la blusa de cuello alto no es aconsejable para enseñar asignaturas varias, un por favor antes de salir al servicio o para levantar la mano antes de hablar. Entiendo también que cada ser humano es libre de opinar que el tener una talla 40 y venir peinada en condiciones, puede suponer un problema para que sus hijos aprendan a multiplicar o dividir, o que estar presentable para acudir a trabajar puede dar lugar a ser motivo para cuestionar nuestra profesionalidad.
Pero lo que no entiendo es por qué el mismo tiempo que emplean en esos patios y esas cancelas donde esperan a sus presas para despellejarlas metafóricamente hablando, no lo emplean en inculcar a sus pequeñines el valor de aceptar a las personas por cómo son y cómo trabajan, no por los colores de su vestuario. Por qué no pasan el mismo número de minutos con ellos por las tardes para enseñarles a comer, pedir permiso o unos simples valores de respeto y cariño por la familia, por qué esas palabras de desprecio ante lo que es físico no lo emplean en intentar que sus hijos vengan aseados y presentables al colegio, o simplemente en acudir a las tutorías tantas tardes vacías sin que nadie se disculpe por no haber acudido a ellas en las que sólo se pretende que SU HIJO aprenda a ser persona.
A mí, personalmente, estas situaciones vividas sólo me suponen sorpresa y continuas intenciones de comprensión racional ante semejantes momentos, pero muy a mi pesar me siguen producciones estupor. De algo estoy totalmente tranquila: que mis alumnos además de aprender materias curriculares aprenderán a estar en sociedad, y que en mí no quede el poder enseñarle modales que fuera, en algunos casos, les cuesta recibirlos.
Una profesora con valores