Nos encontramos en los lugares más inesperados. Una noche de aquellos cuatro años que pasé en Madrid andaba con la moral por los suelos, la autoestima machacadita, y algo de pasta en el bolsillo. El Civic me llevó donde quiso y algunas cervezas y tapitas después, terminé en la Sala Galileo Galilei. Actuaba mi paisano Javier Ruibal. Hacia tiempo que no lloraba. Lo hice, por dentro y por fuera, intentando que las lágrimas se confundieran con las del sudor (un calor del demonio). Miré a mi alrededor e imaginé mil historias, caminos que pude emprender, pero que ahora ya están vividos por otros. Javier Ruibal me dió aquella noche ganas de vivir, de volver al Sur. Y lo hice, aunque Madrid ya me había agarrado sin remedio. No sabía que estaba tan cerca, tan jodidamente próximo. A la vuelta, La Castellana, el Cigala de fondo y esta canción que os dejo. No sé por qué escribo esto, pero tengo ganas de sentirme de España, no porque ahora que el Gobierno presuma de ello. No. Eso me toca un pie. Me gusta mi tierra y rechazo, con todas mis fuerzas y recursos, a aquellos que, ahora, no dejan de recordarnos lo que nunca conocimos en el 36. Pena mortal.