2 dic 2005

Téllez quiere que le investiguen

Tiene Juan José Téllez esa rara habilidad de quedar bien con todo el mundo, decir las cosas que tenga que decir -sin olvidar sus parámetros actuales- sin que rechinen las neuronas ni te duela el alma. Vamos, que se ha marcado un comentario sobre el "espionaje" denunciado por el PSOE -el mismo partido en cuyo mandato se interceptaron y difundieron conversaciones del socialista Chiqui Benegas- en ese campo de minas es que el Campo de Gibraltar, donde las fortunas se hacen rápido, el narcotráfico campa aún a sus anchas y muchas gentes honradas aguantan los malos olores (y ¿quien sabe Juanjo, si quizás otros efectos?) del complejo petroquímico de la bahía algecireña.
Por interés, reproducimos hoy el artículo que publica en Europa Sur.

juan josé téllez
Aguilera, entre el 007 y el zapatófono
SE ponga el PSOE como se ponga, no me imagino al concejal linense Manuel Aguilera vestido de smoking y diciendo eso de "martini con Vodka, mezclado, no agitado", que es la traducción correcta de "Vodka martini, shaken, not stirred" y no el galimatías de "agitado, no batido", que nos regaló el doblaje al español de las primeras películas de James Bond.

Dado que apenas le conozco pero guiado por la trayectoria pública del brazo derecho del alcalde Juan Carlos Juárez, le supongo lo suficientemente campechano y afable como para que en lugar de ir de 007 por la vida, venga a ser algo así como el Superagente 86, aquel inefable Maxwell Smart de la célebre serie televisiva de los años 60. Incluso, me imagino a Aguilera al habla a través del zapatófono y metiéndole caña a su equipo de agentes secretos para que averigüen el paradero del dineral de las multas otrora desaparecido en dependencias municipales.

A pesar de que Francisco González Cabañas, secretario general del PSOE de la provincia, le haya acusado de espiar a socialistas, sindicalistas y periodistas, a mí no me entra en la cabeza: de haberse dedicado profesionalmente al espionaje, entiendo que Aguilera hubiera hecho un lucido papel en la TIA de Mortadelo y Filemón, gente simpática y bienhumorada donde las haya, capaz de arrancarte una sonrisa a cualquiera a las primeras de cambio, mientras se pelea con el doctor Bacterio de turno, cuya identidad reconozco que ignoro quién podría asumirla en esta o en otras corporaciones.

Aguilera sabe hacer bien su trabajo, no como la chapuza de aquellas grabaciones en la alcaldía de San Roque o la del casete aquel en el que unas voces de psicofonía se repartían las supuestas comisiones de la Plaza Andalucía, en la Algeciras de los años 80. En el mundillo oficial linense, cuando no se seducen voluntades, se les espía. Y Aguilera debe ser un maestro en su género. Tanto es así que Juárez, en lugar de nombrarlo superagente lo ha nombrado superteniente de alcalde. Ahora, podrá utilizar esos conocimientos que ha adquirido como detective privado amateur a la hora de cooperar con la justicia para investigar tramas tan oscuras como la de la Operación Ballena Blanca y otras tramas de ilícitos que apuntan directamente hacia el Campo de Gibraltar. O para saber, sencillamente, a quien tiene que echarse a la cara para demoler la plaza de toros linense, tal como era su intención antes de que la Consejería de Cultura la protegiese.

A mí, ¿qué quieren que les diga?, lo que me saca de quicio es que no me hayan investigado. Quiere eso decir que, a estas alturas de mi vida, soy un don nadie en mi tierra natal. O que mis únicas propiedades están tan hipotecadas que en el registro mercantil al preguntar por mis empresas lo único que saldría es el nombre del botones del banco que me prestó la panoja.

Y es que el afán de saber no ocupa lugar, como dice el sabio refranero. Aguilera es sencillamente un ciudadano que quiere estar bien informado, eso es todo. Peor sería, sin ir más lejos, que fuera por ahí dedicándose a cualquiera de esas otras actividades aparentemente legales pero bastante desagradables. Como la de verdugo en Texas, usurero en Ruanda o la de cualquiera de esos que, por estos pagos, dedican su tiempo libre a husmear las fincas cuyos dueños mueren sin herederos.