Solo vosotros dos, lectores nocturnos de este blog, sabéis lo que significa para mí lo que hoy habéis escuchado. Solo por eso merece la pena haber estado en un lugar para cumplimentar a los que creo amigos y son solo rostros de paso en la vida, más o menos amables, aunque algunos se han acercado con la mano tendida y la sonrisa abierta. Y esos eran los mejores, los menos. Los otros ni siquiera se han atrevido. Pero me he encontrado con un corazón de oro (el segundo vídeo es para tí), estoy seguro. No me lo esperaba, lo admito, pero necesitaba escuchar algunas cosas. Comprobar que tenía razón. Desde aquella festividad del Carmen, en mi barrio, San Mateo, he vivido momentos muy especiales, pero puedo juraros que soy mejor persona y que, para pesar de los malos, mejor profesional en todos los órdenes. Ya sé que igual no te importa este comentario (la verdad, no sé entonces que coño haces leyendo mi blog). Hay un nombre, una razón, mi propio corazón de oro, que no es el mío. Hubo un tiempo en el que solía pasarlo bien compartiendo canciones, sentimientos con tanta gente a la nunca he llegado a conocer pero que siempre han estado ahí. Cada vez que se encendía la luz roja, el corazón me brincaba y dos segundos antes componía las ideas, articulaba las frases, preparaba el comentario justo en los primeros segundos hasta el primer riff de guitarra, cerraba los ojos y me imaginaba como Neil Young, luchando contra viento y marea, dando guitarrazos, siempre rockanroleando. Gracias por un sitio en la foto. Pero hay demasiado miedo en la ciudad. Y mucho mediocre venido a más. Nada es para siempre. Nada. Hay que ser felices y agarrar los sueños con fuerza. A veces se cumplen ¿no?