¿Es la denuncia de Chaves un aviso a navegantes? ¿o un ejercicio de sus derechos constitucionales? Chaves no debió acudir a los tribunales en el caso del espionaje de las cajas y menos aún debería recurrir ahora para seguir dilatando el caso en los juzgados. Es un error grave, de manual. Tuvo que acudir al propio medio. Dice Pizarro que recurren por la “profunda discrepancia” con la sentencia, y que con ello persiguen la “reposición del daño político y personal” causado por la “pública difusión de la grave y falsa imputación de haber ordenado el 'espionaje' de terceras personas” y que no puede considerarse un “ataque a la libertad de expresión”. Deberían dejarlo estar y ponerse a lo suyo, a trabajar por la ciudadanía y asegurar una campaña limpia. Pero con el recurso solo van a conseguir más ruido. Y ahora hay una sentencia que no esperaban, que reconforta y anima a muchos periodistas a seguir por la senda adecuada
Admito que cuando he visto la foto de Paco Rosell y Javier Caraballo, sentados en el banquillo de los acusados, he sentido que era un verdadero aviso a navegantes. Y cuando supe (hay quien lo sabía desde 2005) que las cintas habían desaparecido del propio juzgado de la forma en que lo hicieron, lo que tuve fue un estremecimiento. ¿Miedo? Creo que en el periodismo hay que ser prudente pero valiente, y no tener miedo. Pero nunca ser un kamikaze. Aunque a veces termines entonando aquella canción que bordaba Paco Ibáñez: “Haga lo que haga es igual es igual, todo lo consideran mal, yo no pretendo pues hacer ningún daño, pretendiendo vivir fuera del rebaño, en mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación…” Pero en nuestro pueblo ¿quién tiene mala reputación? ¿el que calla y otorga? ¿el que lucha, con los medios que tiene, por la verdad? El juez, en una sentencia que dará que hablar y pensar, advierte de que la información en la que mencionaban el falso espionaje "hay que considerarla veraz". Es más, que "los distintos medios de prueba determinan que se ha actuado con diligente búsqueda de la verdad, de buena fe y seriedad en la actuación profesional. Por lo que no hay intención de difamar". Un poco de sentido común es siempre bienvenido en esta vapuleada profesión y si viene de un juez, miel sobre hojuelas.
Los socialistas Chaves y Pizarro han elevado sus cuitas a los tribunales, en defensa de su legítimo derecho al honor y a la buena reputación. Pero ahora va y resulta que el Juzgado de lo Penal 3 ha absuelto a los dos periodistas Rosell y Caraballo porque “no es exigible en la noticia una absoluta certeza o acomodación a la verdad, sino sólo una actuación diligente”, que estos informadores cumplieron, y porque se trataba de “hechos de relevancia pública”. Toma del frasco. Espero que ahora se pronuncie abiertamente el presidente de la Federación Andaluza de Asociaciones de la Prensa, Fernando Santiago.
El asunto de las cajas de ahorros en Andalucía –en las gloriosas etapas de Jaime Montaner y Magdalena Álvarez- estuvo plagado de claroscuros que, contados hoy, aún nos ponen los pelos de punta. Durante el turbulento proceso de fusión de la Caja de Jerez con la de San Fernando, fui víctima de una agresión que les dará idea del riesgo que corren los confiados periodistas cuando se meten en camisa de once varas. El entonces regidor de Jerez –hoy derrotado en las urnas- admitió que tres concejales de su partido exhibieran, en una sala de prensa abarrotada, una cinta que alguien había dejado en la conserjería de la puerta principal del Ayuntamiento.
La cinta contenía, ni más ni menos, que conversaciones privadas de quien suscribe y otro periodista más con un responsable de una asociación bancaria. Con total impunidad, los tres ediles difundieron la cinta de origen anónimo, vulnerando la Constitución, y en sede municipal, con medios públicos. Incluso desde el gabinete de prensa se facilitaron transcripciones. No pasó nada, excepto que del asunto de la fusión de la caja jerezana (que tiene para escribir tres tomos) pocos plumillas se atrevieron desde entonces a meterse en muchos más berenjenales.
Admito que cuando he visto la foto de Paco Rosell y Javier Caraballo, sentados en el banquillo de los acusados, he sentido que era un verdadero aviso a navegantes. Y cuando supe (hay quien lo sabía desde 2005) que las cintas habían desaparecido del propio juzgado de la forma en que lo hicieron, lo que tuve fue un estremecimiento. ¿Miedo? Creo que en el periodismo hay que ser prudente pero valiente, y no tener miedo. Pero nunca ser un kamikaze. Aunque a veces termines entonando aquella canción que bordaba Paco Ibáñez: “Haga lo que haga es igual es igual, todo lo consideran mal, yo no pretendo pues hacer ningún daño, pretendiendo vivir fuera del rebaño, en mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación…” Pero en nuestro pueblo ¿quién tiene mala reputación? ¿el que calla y otorga? ¿el que lucha, con los medios que tiene, por la verdad? El juez, en una sentencia que dará que hablar y pensar, advierte de que la información en la que mencionaban el falso espionaje "hay que considerarla veraz". Es más, que "los distintos medios de prueba determinan que se ha actuado con diligente búsqueda de la verdad, de buena fe y seriedad en la actuación profesional. Por lo que no hay intención de difamar". Un poco de sentido común es siempre bienvenido en esta vapuleada profesión y si viene de un juez, miel sobre hojuelas.
Los socialistas Chaves y Pizarro han elevado sus cuitas a los tribunales, en defensa de su legítimo derecho al honor y a la buena reputación. Pero ahora va y resulta que el Juzgado de lo Penal 3 ha absuelto a los dos periodistas Rosell y Caraballo porque “no es exigible en la noticia una absoluta certeza o acomodación a la verdad, sino sólo una actuación diligente”, que estos informadores cumplieron, y porque se trataba de “hechos de relevancia pública”. Toma del frasco. Espero que ahora se pronuncie abiertamente el presidente de la Federación Andaluza de Asociaciones de la Prensa, Fernando Santiago.
El asunto de las cajas de ahorros en Andalucía –en las gloriosas etapas de Jaime Montaner y Magdalena Álvarez- estuvo plagado de claroscuros que, contados hoy, aún nos ponen los pelos de punta. Durante el turbulento proceso de fusión de la Caja de Jerez con la de San Fernando, fui víctima de una agresión que les dará idea del riesgo que corren los confiados periodistas cuando se meten en camisa de once varas. El entonces regidor de Jerez –hoy derrotado en las urnas- admitió que tres concejales de su partido exhibieran, en una sala de prensa abarrotada, una cinta que alguien había dejado en la conserjería de la puerta principal del Ayuntamiento.
La cinta contenía, ni más ni menos, que conversaciones privadas de quien suscribe y otro periodista más con un responsable de una asociación bancaria. Con total impunidad, los tres ediles difundieron la cinta de origen anónimo, vulnerando la Constitución, y en sede municipal, con medios públicos. Incluso desde el gabinete de prensa se facilitaron transcripciones. No pasó nada, excepto que del asunto de la fusión de la caja jerezana (que tiene para escribir tres tomos) pocos plumillas se atrevieron desde entonces a meterse en muchos más berenjenales.