Comentario de opinión Por Manuel Martín:
El pasado lunes, tuvo lugar una nueva cumbre hispano-francesa, en Barcelona, que presentó como novedad, la asistencia de, junto a los jefes de los ejecutivos, Zapatero y Villepin, los presidentes de las regiones limítrofes a uno y otro lado de la frontera común.Así, ZP y Maragall compartieron avión para volar de Madrid a Barcelona, ya que ambos acudieron la noche anterior a una cena ofrecida por el presidente portugués, Jorge Sampaio, a la que asistió asimismo el Rey Juan Carlos, que según cuentan “los confidenciales” tuvo que mediar en una acalorada discusión entre Maragall y Pujol por una parte y Bono e Ibarra por otra, a cuenta del concepto de “nación” y la tan vanagloriada reforma del “Estatut”.
Para salpimentar el ambiente, el propio presidente de la Generalitat, había propuesto de “motu proprio” un cambio en varias consejerías, sin consultarlo con su propio partido, el PSC, que esa misma mañana le desautorizaba tras una reunión urgente de la plana mayor del PSC.
Como vemos en este agitado contexto, se celebró la citada reunión en la que otros temas se trató de terrorismo, la inmigración y de cooperación transfronteriza, lo que redundará en el uso conjunto de hospitales y polígonos industriales. Sin embargo, lamentablemente, más destacable fue la actitud de tan insignes personalidades en el acto de apertura de la cumbre, en el que, como es tradicional se escucharon los himnos nacionales de los paises participantes.
En primer lugar, se interpretó “La Marsellesa”, permaneciendo tanto Villepin como Zapatero y Maragall, firmes y respetuosos. Sin embargo, a continuación, siguieron los sones del himno español, durante el que, mientras que el jefe de gobierno francés mantenía la compostura, los otros dos, se hacían comentarios al oído y reían, desenfadadamente, como dos alumnos traviesos en la fila de clase.
No se puede dejar pasar inadvertidamente este comportamiento de nuestro Jefe del Ejecutivo, sobre todo cuando él es tan dado al simbolismo en este tipo de actos oficiales. Recordemos por ejemplo, el desfile del día de la Hispanidad del pasado año, en el que permaneció sentado ante la enseña norteamericana, en señal de repulsa por la invasión de Estados Unidos a Irak.
Por ello, se me plantean varias alternativas, en mi intento por aclarar el motivo de su inexplicable actitud, que paso a detallar: En primer lugar, puede ser que, frente al respeto que le merece nuestro vecino francés, y en el actual estado de inquietud que vive nuestro país –de la que el Gobierno tendrá algo que ver- ZP no crea en España –o al menos tal como hoy en día la conocemos-, y así los símbolos nacionales que nos representan no tengan para él mayor significado.
Por otra parte, simplemente podría deberse a la magnífica relación entre Maragall y Zapatero, que comparten el gusto por la política, la de gran repercusión mediática, más que la de elucubrar medidas prácticas que faciliten la vida al ciudadano de a pié, por lo que este encuentro al más alto nivel no era más que un “tostón”, que estaban deseando que llegara a su fin, para seguir con su edificante labor.
Cualquiera de las teorías puede ser la correcta, o alguna otra que se le ocurra al lector, no obstante, lo que queda claro es que nuestro Gobierno, que no da ejemplo de respeto a nuestros símbolos, no podrá considerar como afrenta si un jefe de gobierno extranjero “cuchichea” mientras se interpreta nuestro himno nacional, o si permanece sentado al paso de nuestra bandera.