Por José María Moncasi(*):
Estos días Fidel Castro está celebrando su ochenta cumpleaños postrado en cama y rodeado del dictador Chaves y Raúl, su hermano. Ya ven después de tantas noticias sobre la salud de Castro y éste afirmando, al cabo de dos semanas, que el pueblo debe de estar preparado para cualquier noticia adversa. Recuerdo que hace años coincidí en casa con la viuda del primer ex presidente de Cuba nombrado por el dictador. Su historia no tiene desperdicio y merece ser contada en estas líneas. Manuel Urrutia Lleó vivió muy de cerca el antes y después del ascenso al poder de Castro. Su viuda nos relataba aquellos primeros momentos del régimen. Fidel entonces estaba escondido en Sierra Madre. Antes había estado encarcelado y exiliado durante 13 años por aquel fallido intento de asalto al Cuartel de Moncada. Cuando la revolución triunfó ese mismo 6 de Enero de 1959 Castro eligió a Urrutia presidente del país. Una decisión inteligente ante los ojos de la comunidad internacional. Y es que este juez poseía una larga trayectoria de lucha por las libertades. Le acompañaban en su gobierno una serie de personalidades del mundo de la judicatura y de la economía con trayectorias intachables desde el punto de vista de las credenciales democráticas.
Pronto se percato que su nombramiento era fruto de un juego inequívocamente malvado y en el que su equipo ejercería de mera comparsa de Castro. Éste manejaba otro gobierno en la sombra, mucho más radical, que planeaba la forma y el ritmo con que se llevaría a cabo la transformación de Cuba en un estado comunista. Todo llevado de una manera muy discreta porque cualquier filtración hubiese podido provocar una reacción popular totalmente contraria a sus intereses. No tardaron en producirse hechos realmente repugnantes para la sensibilidad de las personas educadas en el respeto a la ley y a las formalidades que ésta conlleva. El matrimonio Urrutia antes de trasladarse a vivir al palacio presidencial vivió un tiempo en el Hilton, donde también lo haría el comandante. Cada día que pasaba su ahora viuda notaba en su marido un rostro preocupado. El primer ministro, el penalista Miró, presentaría su dimisión varias semanas después de su nombramiento. Urrutia nombra entonces primer ministro a Castro. Éste que manifestaba de manera pública su admiración por Robespierre y por el terror revolucionario, aplicó sus métodos en Cuba.
El presidente Urrutia dudaba de la honestidad de los gobernantes revolucionarios y denunciaba actitudes marxistas leninistas en sus decisiones y actuaciones. Ante las presiones y acusaciones de corrupción a los que fue sometido, se vio obligado a abandonar su cargo. Desde entonces sufrió marginación y desprecio. El gobierno de Castro lo mantuvo preso en su domicilio. A partir de aquí lo que sigue es casi una monótona repetición de un guión clásico: desaparición del parlamento; desprecio y marginación de los subversivos; nacionalización de los medios de comunicación; ataque frontal a la Iglesia, etcétera, etcétera.
Coincidieron esas fechas con la noticia que Estados Unidos iniciaba su invasión en la Bahía de Cochinos. Muchos cubanos decidieron luchar contra ellos. Mientras, Urrutia tenía sus planes. El ya ex presidente pidió asilo en la embajada venezolana de su país. Desde allí logró huir a Estados Unidos e hizo todos los posibles para conseguir visado para su familia. Lo logró. El resto de su vida lo dedicó a impartir conferencias por todo el mundo. Su experiencia vital sirvió de gran ayuda para que el mundo supiera la verdad de Fidel Castro. Ya me perdonarán ustedes si, a la luz de todo esto, me bebo a la salud de todos los cubanos ansiosos de respirar aires de libertad, un cuba libre. Esa legendaria bebida símbolo del estilo de vida anterior al régimen castrista.
(*) consultor de comunicación