Bueno, seis horas después, turbulencias incluidas y una panda de alicantinos bronquistas, alicatados de cubatas, el vuelo de Iberia me deja en el JFK. Frio, poca gente en las calles, cenita de domingo junto a la familia, los neoyorkinos siguen fieles a sus costumbres. Me he quedado sin ver el final de una película que se desarrolla en Nueva York, mira tú. Un sueño en las calles de esta ciudad, absolutamente cosmopolita: August Rush. A la vuelta, si puedo, la veré una vez más. Hace tiempo que no me emocionaba tanto una peli. Llevo apenas media hora paseando por Madison Avenue y me he dado cuenta de dos cosas, la primera que hace tiempo que no practico inglés (malo, muy malo, eso de no viajar con más frecuencia) y la segunda que me importa un pimiento porque el español reina a sus anchas, gracias a Dios y al voto hispano. Y el conserje de mi hotel se parte de la risa cuando me cuenta de donde es y yo de donde soy. La vida te da sorpresas. Y eso de tener un paisano a los mandos de la fontanería del hotel, mola cantidá. Como dios, oiga. Es tarde en España, hora de irse a la cama en NY. Os dejo una iamgen a esta hora, mientras me tomo una birra antes de meterme en la cama king size. Mañana, desayuno temprano y ya os iré contando. El día va a ser largo, visita al Nasdaq, la bolsa global de valores tecnológicos. Y más, no puedo perderme nada...