Federico Jiménez Losantos ha sido condenado a pagar 36.000 euros por injuriar al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. ¿Se puede criticar sin insultar? La respuesta es obvia: sí. Y el recurso es bien fácil: el idioma. Durante la dictadura, el deporte nacional de cualquier periodista que se preciara de serlo era esquivar a la censura. Dibujantes, autores, columnistas y gacetilleros de postín se las ingeniaban para contar lo que dejaban contar. Es fácil ahora unirse al corporativismo barato y solidarizarse con Jiménez Losantos, pero el asunto es más complicado de lo que parece a simple vista. El gran locutor de la COPE, que no creo que lea este blog (yo sí leo el suyo, aunque no todos los comentarios, claro), sufre el mismo grave problema de su apreciado Antonio Herrero. Y debería ser más inteligente, menos visceral y más realista. Su vapuleo constante al PP y a sus dirigentes tiene desconcertados a millones de personas en este país que siguen la COPE o que siguen los comentarios que sus detractores hacen sobre ella. Un día de estos, Losantos mirará hacia atrás y se verá solo, con un puñado de adeptos en los medios y la audiencia, que merece un reenfoque de su actual hoja de ruta, de sus críticas. Tal como yo lo veo, si Losantos hiciera más gala de su gran formación cultural y nos deleitara con otro lenguaje más irónico, divertido, menos insultante,no menos acerado, sus enemigos que le llevan a los tribunales lo iban a tener más crudito. Pero ya digo, Losantos, en los cielos radiofónicos, seguro que no escucha lo que le decimos los pecadores, a ras de tierra. Hoy solo ha hablado para sus medios (le reprocha Hilario Pino en Telecinco), cuando lo que debía haber hecho es largarse a la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid, pedirles el salón y comparecer abiertamente, sin miedos, ante todos los periodistas. Con un par, oiga.