6 abr 2010

El Hidrayuntamiento de Jerez



Por Juanmi Becerra
En aquel tiempo por Jerez los del inframundo iban de inframundo por las calles. Todo el mundo conocía sus voces y hasta sus caras. Comprabas el periódico y allí estaban. Paseabas por la calle Consistorio y allí se bajaban. Ni Cruz Blanca ni leches, ellos descendían las escalerillas, que dicen, te llevaban a la bodega del poder.
Pero ya no están lo que estuvieron. Preguntas al quiosquero y el chico es tan joven que no los recuerda. Los taxistas más viejos vendieron sus licencias para descansar en el Palmar, y los conserjes están de baja, moral. Ahora sólo nos queda la voz barroca de Onda Jerez que se pasea por Lancería, pasa por los arquitos y resbala por el Beaterio a no se sabe donde.
Dicen que se escucha la respiración, la de ella. Que murmura por los rincones de la Plaza Vargas, que corretea por la puerta trasera de Letrados. Pensaban que la habían matado y, joder, se equivocaron. Ella es Hidra, la acuática, Hidra la policéfala, la de las 100 cabezas o más. Su aliento es venenoso. Hidra es digamos, un ser grande, grandísimo, un ser criado por Él, bajo la sombra de un alcornoque traído en todoterreno desde Montes de Propio, el mismo que alimentan los 200 elegidos y sacrificados cada día en Semana Santa.
Y, coño, no hay en la ciudad un Heracles que le haga honor a nuestra Hidra. A veces unos espadas solitarios le cortaron una cabeza, o dos, pero se les notaba demasiado que era su primera tienta y más que espadas parecían espontáneos, así que acaban detenidos por su arrojo en esta plaza, que es de segunda. Digo esto porque entiendo que nadie pueda con Hidra.
Ni los 15 elegidos, ni los 300 de las Termópilas que escriben comentarios en el Diario de Jerez. Hidra es autónoma y cada vez que le cortan una cabeza regenera dos más. Así que no hay manera de impedir que los muñones se cierren. Alguien pensó que en la era de la biotecnología no había porque cortar cabezas y sentenció: - Transplantémosle nuestra propia sangre, que algo quedará. Y así se hizo.
Entonces eligieron 21 células hematopoyéticas, unas de la sangre periférica y otras escogidas intencionadamente del mismísimo cordón umbilical, que es como decir del núcleo duro. Y las 21 fueron, permítanme, infusas en Hidra. Pero Hidra las rechazó. De nuevo se hizo más fuerte y se salvó.
Ahora dicen que faltaron inmunosupresores, de esos que ayudan a superar el rechazo, que es como decir manteca colorá. Y quizás lleven razón, pero ahora Hidra sigue guardando su guarida, la de Él y lo espera con los brazos abiertos. Así que en Jerez faltan héroes y sobran cabezas. Hay quienes quieren matarla a ertelazos, que es como hacer lo propio con moscas y cañonazos. Hay quienes prefieren dejarla a los pies de Torretriana, y tratan de engañarla para que suba río arriba por Sanlúcar, antes de que la sequía rebaje el nivel del río y no haya calado, en este caso político. Pero a la primera Hidra la mató Heracles con la ayuda de su sobrino, que es como decir con la ayuda de la familia. Heracles cubrió su boca y nariz con una tela para protegerse de su aliento venenoso y disparó flechas en llamas a su refugio para obligarla a salir, que es como incendiar tu propia casa para que salga de una vez todo el mundo y después Dios dirá. Entonces se enfrentó a ella con una hoz, que no es como decir Izquierda Unida, pero tras cortar cada una de sus cabezas nuestro héroe veía que le crecían dos más. Entonces el sobrino tuvo la idea de usar una tela ardiendo para quemar el muñón del cuello tras cada decapitación, que es como decir cortar y curar. Heracles cortó todas las cabezas y su sobrino quemó los cuellos abiertos, matando así a la Hidra. Tomó entonces su única cabeza inmortal y la enterró bajo una gran roca, que es como para decir yaerahoracojones. Así que regresamos al fututo. Una vez más. Hay que enterrar la cabeza inmortal de nuestra Hidra, la de aquí. Después ya vemos. Lo dicho.