“Puedo entender el cabreo de quienes padecen la crisis sin causarla. Acepto que a veces hacemos de la política un ejercicio sectario, previsible y poco ejemplarizante. Y sí, yo también me indigno por la incapacidad de la política para embridar los impulsos oscuros e incontrolados de los mercados; porque seguimos pensando con complejos nacionales, mientras aquéllos actúan globalmente. Intuyo que en el movimiento hay impulsos y aspiraciones muy diversas; algunas agazapadas, pero otras limpias en su denuncia. Me gustaría charlar con quienes gritan sinceramente, escuchar su malestar. Intentaría convencerles de que ocuparse por el interés general es una tarea honorable, que la libertad a costa de la igualdad nos hace menos libres, que no todas las ideas y proyectos valen igual y que no es justo medir a todos los políticos por el rasero del más corrupto. Les animaría también a que no se queden sólo en el rechazo y no hagan el trabajo sucio a los oportunistas. Que lleven su enfado a la política y a los partidos, que agiten y cambien lo que les disgusta con su participación crítica”.