1 dic 2005

Una de detectives, de verdad


Conocí a Juan Carlos Arias, veterano detective andaluz, en una de las extrañas movidas en las que un periodista desearía ser detective y viceversa. Y trabamos amistad, incluso le convencí para que participara en algunos programas de radio en la SER de Jerez. Arias es un detective de verdad, lleva 25 años en el negocio y tiene una alta consideración profesional. No sé si un día querrá escribir sus verdaderas memorias, pero de momento se dedica a los libros. Su agencia (echen un vistazo a la web) hace de todo, pero dentro de la ley. No creo, de verdad, que haga informes a la carta como más de un listillo del sector.
Hoy me ha llamado y hemos hablado de viejas historias, de buenos y malos, de chorizos y manguis. Un buen rato, aunque siempre que hablas con un detective piensas que la comunicación no es segura. Pero hay detectives y detectives y Juan Carlos es un buen profesional. En estos días alguien debería pensar en contratarle para que, al menos, sea un profesional quien meta las narices en la vida política gaditana. Yo que Juan Carlos Juárez, el alcalde de La Línea, dejaba en sus manos el asunto. Seguro que a Arias no lo descubre nadie. Recomiendo su libro a todos los aprendices que hay por ahí, para que aprendan.
Este artículo aparece publicado en el último número de Cambio 16.

JUAN CARLOS ARIAS
Corrupción

Según el Instituto Nacional de Estadística-INE, la corrupción preocupa poco a los españoles. Los mayores desvelos patrios los acumulan problemas como el terrorismo, desempleo, inmigración, alto precio de la vivienda y cesta de la compra y un largo etcétera. Poca gente, además, se moviliza en las calles por la podredumbre de políticos y funcionarios. Escasos estudios, libros, análisis y reportajes merece el tema. Lamentable, cívicamente hablando. Por desgracia, el monstruo corrupto alcanza niveles preocupantes. Las instituciones o cargos se convierten en atalayas para trincar, cuanto más mejor. Conviene decir que la corrupción sitúa a los honrados en su sitio, de donde jamás se mueven.

Pero inquieta una mayoría que asume el fenómeno con indiferencia. En Italia, la ‘mordida’ a políticos alcanzó a todos los partidos. La ‘tangente’ era parte del paisaje. Pululaba el dinero en sobres y bolsas con descaro. Un colectivo de funcionarios y políticos honrados se movilizó bajo las siglas de ‘mani puliti’ (Manos Limpias). Lograron lo que aquí parece imposible. El mismo nombre se dieron sus homólogos españoles para denunciar corrupciones, pero sólo mueve sus propias voluntariedades, algún juzgado o reducidos espacios mediáticos, lamentablemente. La corrupción, poco a poco, se apoderó del ‘pensamiento único’ y tiene visos de monopolio. El ‘soñado’ libre mercado parece una utopía desde que todo está más caro mientras la mayoría sobrevivimos. Los políticos no son inocentes. Y menos los que están en el poder local. José Manuel Urquiza, un abogado que fue concejal y teniente de alcalde granadino del PP, se asqueó de la política. Ha elaborado un estudio, de título Corrupción Municipal (Almuzara), y pone el dedo en la llaga.

Urquiza recuerda al personal que los alcaldes de ayuntamientos con más de 100.000 habitantes pueden designar secretario o interventor, cargos donde controlan la conveniencia y legalidad del gasto. Otra verdad es que alcaldes y concejales son los únicos trabajadores por cuenta ajena del país que establecen para sí sueldos sin límite. El despilfarro está servido. El tema de tránsfugas es escandaloso: gobiernan muchos municipios supeditados al urbanismo especulador. En la corrupción parece común que se practica por ‘políticos profesionales’ sin más merito que la confianza de su partido. Los aparatos los inoculan en el poder. El problema tiene solución: listas abiertas.

El votante elige a quien cree más capacitado para confiar su opción. El ciudadano sale airoso del trance con la urna. La lección no la aprendemos de un día a otro. El Congreso de los Diputados, Senado y parlamentos regionales suspenden sesiones por falta de quórum. Mientras, las cafeterías llenas de señorías. Nadie exige a políticos productividad y que suden el jornal. El panorama pinta mal si no se regenera la cosa pública. De lo contrario, la corrupción y abulia serán eternos compañeros de viaje. Se echa en falta lo limpio. Empezando por las manos.