MI PUNTO DE VISTA:Escribo estas líneas pocas horas antes del aniversario de los atentados terroristas del 11 de marzo en Atocha, hace dos años. Estaba obligado a ello. Aquella mañana es imposible de olvidar, fuimos zombies enganchados a la radio, conociendo detalle tras detalle zapeando frente al televisor. Nos partió el alma, los esquemas, el corazón, las ideas saltaron por los aires. Día a día, desde entonces, EL MUNDO -el medio de referencia para millones de españoles en estos momentos y en el que me siento, más que nunca, orgulloso de colaborar- nos ha ofrecido capítulos de una historia que terminará por conocerse con nombres y apellidos. Lo que son las cosas, el sentido de una pregunta cambia en dos años. ¿Recuerdan?: "¿Quién ha sido?". Ahora bien, a la vista de las últimas revelaciones, cabe formularse otra pregunta: "¿Quién lo sabe?" Me dice ahora un internauta que añada otra: "¿A quién beneficia?"
Ni perdono ni olvido. Lo siento. Es lo que hay. El día que le pongamos cara a los autores materiales e intelectuales no va a haber lugar en el mundo donde se puedan esconder, ni en las cloacas. Que vayan llamando a Bin Laden para que les haga hueco. El 11 M me cambió la vida para siempre. Para mal y para bien, gracias a Dios. No soy el que era entonces. Soy mejor. Pero no perdono ni olvido. No sé si es cierto que unos personajes brindaron con cava aquella noche, pero si lo hicieron espero un día bailar sobre su tumba, con Siniestro Total.
Fue una mañana en la que andaba de un lado hacia otro, pegado a la radio digital, zapeando las cadenas con ansiedad en cada bar donde me paraba, inmerso en la vorágine política. Detalle tras detalle, ambulancias, sirenas, explosiones a pocos metros de donde estaba en ése instante, cada segundo que pasaba era más y más desgarrador. Y luego esa inmensa morgue de Ifema, cientos y cientos de heridos evacuados a los hospitales. Las listas en internet, engordando sin parar.
Me acordé de cómo lo debía estar pasando Manolo Lamela, con quien había compartido los últimos cuatro años en dos ministerios, flamante consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Vi las caras de los guardias civiles que custodiaban mi viejo Ministerio de Agricultura, con las ropas ensangrentadas de ayudar uno tras uno a los heridos desorientados que andaban por los alrededores de Atocha. Los mismos guardias, luego condecorados (había uno de Jaén) con los que siempre bromeaba al mirar el reloj de la estación, ése que marcaba las horas que me quedaban antes de volver al Sur.
Nunca lo he contado, pero en aquel año negro yo había meditado meses atrás del 11 M irme a vivir a casa de una tía mía en Torrejón. Habría tomado el tren, lógicamente, para venir a trabajar a Madrid. El mismo tren, el de los currantes (era la mejor hora), que saltó por los aires. Porque aquel tren era el de los nobles, los humildes de espíritu, el de la gente normal que no quiere hacer daño a nadie y trabaja para sobrevivir y, si se se puede, ser feliz. ¿Como coño les voy a perdonar a los autores materiales y a los intelectuales? Que se pudran en la mierda de sus conciencias.Yo habría podido ir en ese tren. Pero el azar es así. Fuera o no una segunda oportunidad, tuve miedo y un segundo después miré al cielo, respiré hondo y supe que Madrid y yo ya éramos la misma cosa. Perdí el miedo. Ahora bien, si algún día, al abrir EL MUNDO una madrugada, me encuentro lo que ya presiento, que me digan qué es lo que hay que hacer a continuación. Algo, y sin piedad alguna. Que los cruficiquen en primera página, con sus nombres, apellidos y biografía. Y luego ¿qué? Tendremos que ir pensando. No hay castigo lo suficientemente grande para ellos. Me da igual quienes sean, que se jodan.