Las ojeras. Las mismas de Adolfo Suárez, de Leopoldo Calvo Sotelo, de Felipe González, de José María Aznar, son las que tiene ahora Zapatero. Es el peso, la responsabilidad del poder. La familia del joven guardia civil, que iba desarmado y colaboraba para todos vivamos más seguros, ha recibido su tricornio, la bandera de España y su padre, José Centeno (guardia civil, como su hijo) las medallas. Las ha besado y luego ha mirado al cielo exhalando un suspiro, un sollozo de pena. De todas las imágenes de hoy es la que más me ha llegado al alma, la que ha removido mis entrañas y ha hecho aflorar en mí sentimientos y deseos de los que inmediatamente me he arrepentido. No le arriendo las ganancias a Zapatero, porque creo que lo debe estar pasando mal, muy mal, y esta noche tiene que ser agria, fria, desabrida para el presidente del Gobierno, que vuelve a saber lo que se siente en un funeral por un servidor de la patria (a mí me suena a gloria esa palabra y todo lo que conlleva). Espero que ZP sepa actuar con elegancia, con altura de miras, y que deje que todos nuestros hombres y mujeres en las fuerzas de seguridad del Estado colaboren con Francia para que conozcamos la identidad, el rostro de los asesinos. Me ha impresionado Imaz, yendo a mostrar su preocupación por el segundo guardia civil, Fernando Trapero, a punto de morir en el triste instante en el que redacto este comentario. Es un día tremendo, y me duele en el alma, mucho. Fernando Trapero, con tan sólo 23 años, había planeado un futuro junto a su novia. Algo habrá que hacer ¿no?