Érase una vez un gato gordinflón, un león venido a menos con melena al viento y una hiena negra, el más despreciable de los tres animales. Lo intentó evitar, pero sus castos y píos movimientos han salido a la luz. El espíritu felino se resiste a que le jubilen antes de tiempo o le degraden bochornosamente ante la manada. Y se defiende dando zarpacitos como gato gordinflón boca arriba. Diseña negocios futuros y planifica interesantes aventuras donde se mezclan concursos, concesiones, intereses urbanísticos, mediáticos y políticos de baja estofa, incluso con interlocutores de partidos rivales. Increíble es su osadía porque se trata de un terreno sumamente resbaladizo, teniendo en cuenta como están las cosas en España. Terreno peligroso en días donde quien todo lo puede diseña su programa inmediato. Y el gato puede terminar despeñado sin remedio. Por ambicioso. La hiena amenaza con contar lo que sabe, sin darse cuenta que dilapida para siempre su principal patrimonio: el silencio. Y el león sabe que ha llegado su momento, pero es el mejor de los tres, porque tiene futuro aún fuera de la manada.
El minino gordinflón resopla a mi lado, sonríe y sigue pensando que es todopoderoso, infalible, que la amiga que un día se compró un Ibiza y ahora pasea en limusinas jactándose de su poder le arreglará lo que necesite. Cree que nadie sabe sus movimientos, que pasan desapercibidos, que nos vamos a quedar como panolis viéndolas venir una vez más. Já. El gato no sabe nada de la que le va a caer encima si se pasa de la raya, de la delgada línea roja. Los gatos son así, independientes, cabrones, no tienen amigos, andan en silencio, y son tan cobardes cuando les pillan in fraganti... Y al gato gordinflón resulta que lo han pillado con el carrito del helado, el pobresito hablador que ya no enseña a nadie nada interesante. Miau. El gato y el león, con la hiena, forman un equipo peligroso, muy peligroso, porque morirán matando. Pero la leona anda sigilosa tras su pista, afiladas las garras, preparada para adelantarles y esperarles, uno a uno, en el primer recodo del camino, agazapado, relamiéndose de gusto porque los tres van subiendo la montaña, y les ve venir, pararse a hablar con algunos, conspirar con otros. Y sabe que les ha llegado la hora. (Seguirá)