Cuando menos lo esperas, el destino -negro zahíno, ojos brillantes- te pega una corná que puede acabar con tu vida. Antes de que te pase eso en medio de la plaza, para regocijo del respetable cabrón, hay que sacar el estoque, dar unos lances con un par, encarar al morlaco y asestarle una de muerte. Y se acabó, al final termina como un trofeo en tu mejor bar (en este, de El Puerto, me paso algunos ratos divertidos). Conviene estar atentos a los toros de dos patas, porque son más peligrosos, por innobles, que los otros. Y de un tiempo a esta parte no suelto el estoque. Por si las moscas, oiga. La foto, tomada con mi Blackberry Storm, y publicada al instante en Flickr.